El mito de Lucifer es análogo, en la mitología hebreo-cristiana, al mito de Ícaro. Todas las culturas tienen estos "cuentos morales", estas advertencias en contra del orgullo desmedido, de la híbris, de la desobediencia. Lucifer cae (o lo tiran, como quieran verlo) por su negativa a servir al hombre, y su enfrentamiento directo con Yahvé en este respecto. La Guerra del Cielo puso a 133,306,668 Ángeles Rebeldes, liderados por el Arcángel Lucifer, contra 266,613,336 ángeles fieles a Yahvé (números cortesía del Papa Juan XXI); y lo que comenzó siendo una negativa concreta a servir terminó en una batalla por el dominio, en tanto Lucifer deseaba "poner su trono por encima del de Dios". Su híbris es castigada, como siempre, y cae. Esta es la versión usual de la historia.
Es curioso, primero que nada, que la figura elegida para este cuento moral sea Lucifer (Portador de la Luz), en tanto la luz simboliza el Orden, el Conocimiento, la Vida y la Sabiduría; esto puede resaltar lo terrible de la traición de Lucifer, pero también se presta a una interpretación que da más relevancia al aspecto simbólico: la Luz, con todo lo que representa, se niega a servir y desea ser la creadora de su propio destino, por debajo de nadie.
Ciertas ramas Islámicas presentan su propia versión del mito, afirmando que la rebelión de Lucifer se debe a su amor por Yahvé: el Portador de la Luz se niega a arrodillarse frente a nadie que no sea el propio Dios, tal es su devoción.
Pero, un acontecimiento de tal magnitud, de tamaña trascendencia para el ser humano, no podía pasar desapercibido para los autores de la Biblia. En sus páginas deberíamos encontrar un relato pormenorizado del suceso y de cuáles fueron sus causas.
Pero no es así. De hecho, el nombre de Lucifer ya no aparece en ninguna Biblia moderna, aunque sí estuvo presente en las antiguas. Fue borrado de la historia, pero no de la leyenda. En realidad, todo el mito moderno de Lucifer parte de un equívoco, de un simple error de traducción.
"Lucifer" es una palabra latina que significa "portador de la luz". Fue empleada por San Jerónimo en Ia elaboración de la Vulgata —la versión en latín de la Biblia— para traducir el término hebreo Helel (literalmente «resplandeciente») de un texto de lsaías. Fue una elección meditada, que buscaba conciliar los distintos sentidos que —según algunos— el texto hebreo parecía contener. Y es que, ya en aquella época, algunos "Padres de la Iglesia" habían creído encontrar en aquellas palabras ¡la descripción de la caída de Satanás!
Hasta aquel entonces Lucifer —también conocido como Heósforo— era tan sólo un dios menor de la mitología grecorromana, un hijo de la diosa Aurora que nada tenía que ver con las tradiciones judías o cristianas. Su condición de descendiente de los dioses influyó en la elección que realizó San Jerónimo.
Pero, ¿qué decía en realidad el texto de Isaías? El profeta recogía la siguiente sátira, compuesta por Yahvé evocando la derrota de su enemigo, el rey de Babilonia: «¿Cómo has caído del cielo, astro rutilante, hijo de la aurora, y has sido arrojado a la tierra, tú que vencías a las naciones? Tú dijiste en tu corazón: "El cielo escalaré, por encima de las estrellas de El elevaré mi trono y me sentaré en la montaña del encuentro, en los confines del Safón; escalaré las alturas de las nubes, me igualaré a Elyón (el Altísimo)". Por el contrario, al sol has sido precipitado, al hondón de la fosa» (Is. 14, 12-11).
La Vulgata empleó la palabra Lucifer en la traducción de la primera frase:
«¿Quomodo cecidisti de coelo, Lucifer qui mane oriebaris?... fue considerado un nombre propio. Había nacido la leyenda del ángel rebelde,» Las sucesivas versiones a las lenguas vernáculas conservarían sin traducir esa palabra latina: «¿Cómo caíste del cielo, oh Lucifer, hijo de la Aurora?...» Desde entonces, Lucifer el mito grecorromano resurgía, la leyenda .pagana se cristianizaba y el origen del mal en el mundo había sido, por fin, hallado. Se había creado un nuevo nombre y un nuevo personaje.
El mito sobreviviría luego al paso de las edades y muchas leyendas medievales se nutrirían de estas ancestrales raíces, creando relatos de gran belleza y simbolismo, pero Isaías -su autor primigenio- sabía muy poco de mitología clásica. Sus fuentes pertenecían a un ámbito cultural muy diferente y el fondo de sus palabras reflejaba un drama que nada tenía que ver con batallas cósmicas entre ángeles, pero sí de luchas entre dioses. O al menos entre hijos de los dioses...